lunes, 27 de octubre de 2014

Miguel Hernández

Poeta y militante político, un hombre libre: Miguel Hernández

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Por Erika Henchoz


Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.

Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas

Poeta mayúsculo, alicantino, fecundo. De mirada y corazón limpios, libre en espíritu,  creativo, colosal. Pulcro a pesar de vivir tan groseros tiempos de cárcel y una progresiva precaria salud.  Escudo viviente para miles y miles de hombres y mujeres  que  armaron su corazón por la libertad, en plena guerra civil.  Incólume, aún siendo asediado desde la  cárcel por tres sacerdotes -poco antes de morir- para que abjurara de sus ideales revolucionarios. Miguel Hernández se niega a ‘convertirse’  o retractarse políticamente,  eso impide que lo trasladen a la última posibilidad de supervivencia, el sanatorio antituberculoso en Valencia.
Poeta activo desde el penal de Ocaña, a fines de junio de 194. En su centenario de nacimiento -celebrado como mereció su gigante estatura moral, en el 2010- destacan en publicaciones españolas manuscritos suyos con relatos para niños, creados y/o recreados por Hernández, dada la cantidad de metáforas empleadas para apelar a distintos ambientes de libertad. Esas narraciones le fueron entregadas a su esposa Josefina para leerlas a su hijo pequeño Manuel Miguel.  Escritas en un cuadernillo -de papel higiénico – con dibujos que hizo su compañero de cárcel, maestro y gran dibujante, Eusebio Oca Pérez. Esos cuentos fueron “El potro obscuro”,  “El conejillo”, “Un hogar en el árbol” y “La gatita Mancha”.

Sin educación formal

Los libros de la Biblioteca de Luis Almarcha le educan, cuando su papá  lo sacó del colegio a los 15 años de edad para que le ayudara a atender las cabras y el pastoreo completo como actividad económica familiar.
Totalmente autodidacta,  a Miguel Hernández le abrigan mente y espíritu  los grandes autores del Siglo de Oro, sus maestros:  Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora.
El sacerdote y bibliotecólogo lo orienta además con lecturas de  San Juan de la Cruz, Gabriel Miró, Gabriel y Galán, Zorrilla, Rubén Darío, Paul Verlaine y Virgilio, entre otros.
Al estallar la Guerra Civil, Miguel Hernández se alista con el bando republicano. A la altura de  abril de 1939,  Miguel es detenido en Huelva y luego en Sevilla y en Madrid. Puesto en libertad inesperadamente, es detenido de nuevo en su pueblo natal y condenado a la pena de muerte por haber escrito contra el fascismo. Meses más tarde cambiaron su condena por 30 años de cárcel. Sufre para entonces de bronquitis y otras enfermedades.
En 1941 continúa su calvario de cárceles.  Se le traslada al Reformatorio de Adultos de Alicante. Mientras,  la enfermedad se agrava con nuevas recaídas por  tifus y la tuberculosis. Fallece en la enfermería de la prisión alicantina, un 28 de marzo de 1942, a sus escasos 31 años.

Amigos entrañables y entre ellos, Neruda

Maruja Mallo, pintora surrealista,  seducida por la poesía de Miguel Hernández fue una de sus  amigas. Marta Gómez era su nombre de pila. Era 8 años mayor que Miguel Hernández.  Mallo “escandalizaba” la Madrid intelectual. Amiga también de Ortega y Gasset, gozó de una gran admiración en su generación, al lado de García Lorca, Dalí, Picasso. Una de sus parejas inolvidables fue el poeta Rafael Alberti.
A Neruda le entusiasmaban el destello y  brío de su abundante poesía.  Dijo de él:
”Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva frescura subterránea. Vivía y escribía en mi casa. Mi poesía americana, con otros horizontes y llanuras, lo impresionó y lo fue cambiando.
Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuán impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba hasta las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras.
Otras veces me hablaba del canto de los ruiseñores. El Levante español, de donde provenía, estaba cargado de naranjos en flor y de ruiseñores. Como en mi país no existe ese pájaro, ese sublime cantor, el loco de Miguel quería darme la más viva expresión plástica de su poderío. Se encaramaba a un árbol de la calle y, desde las más altas ramas, silbaba o trinaba como sus amados pájaros natales.
Como no tenía de qué vivir le busqué un trabajo. Era duro encontrar trabajo para un poeta en España. Por fin un vizconde, alto funcionario del Ministerio de Relaciones, se interesó por el caso y me respondió que sí, que estaba de acuerdo, que había leído los versos de Miguel, que lo admiraba, y que éste indicara qué puesto deseaba para extenderle el nombramiento. Alborozado dije al poeta:
- Miguel Hernández, al fin tienes un destino. El vizconde te coloca. Serás un alto empleado. Dime que trabajo deseas ejecutar para que decreten tu nombramiento.
Miguel se quedó pensativo. Su cara de grandes arrugas prematuras se cubrió con un velo de cavilaciones. Pasaron las horas y sólo por la tarde me contestó. Con ojos brillantes del que ha encontrado la solución de su vida, me dijo:
-¿No podría el vizconde encomendarme un rebaño de cabras por aquí cerca de Madrid?
El recuerdo de Miguel Hernández no puede escapárseme de las raíces del corazón. El canto de los ruiseñores levantinos, sus torres de sonido erigidas entre la oscuridad y los azahares, eran para él presencia obsesiva, y eran parte del material de su sangre, de su poesía terrenal y silvestre en la que se juntaban todos los excesos del color, del perfume y de la voz del Levante español, con la abundancia y la fragancia de una poderosa y masculina juventud.
Su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura.
Los elementos mismos de la poesía los vi salir de sus palabras, pero alterados ahora por una nueva magnitud, por un resplandor salvaje, por el milagro de la sangre vieja transformada en un hijo. En mis años de poeta, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”.
Para la libertad, Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante, 1942) sangró, luchó y aún pervive.
Cronología de su poesía y dramaturgia
1933.- “Perito en lunas”
1934.- “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras: auto sacramental”
1934.- “El torero más valiente”
1936.- “El rayo que no cesa”
1937.- “Viento del pueblo. Poesía en la guerra”
1937.- “Labrador de más aire”
1937.- “Teatro en la guerra”
1939.- “El hombre acecha”
1938 – 1941.- “Cancionero y romancero de ausencias”
Su obra dramática es paralela a la poética y presenta la misma evolución: desde la inspiración en modelos clásicos y en el contenido cristiano, hasta el activismo político de sus últimas piezas.
Quién te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (1933-34): Auto sacramental que busca reproducir los del XVII de forma excesivamente fiel y que resulta, además, irrepresentable por su longitud.
Los hijos de la piedra (1935): Esta pieza aparece con motivo del levantamiento de los mineros asturianos sofocado por Francisco Franco.
Teatro de guerra (1937)
El labrador de más aire (1937): Dramas sociales en los que el influjo de la obra de Lope, sobre todo de Fuenteovejuna, es evidente. Esta obra, lo mismo que Los hijos de la piedra, plantea el problema de la injusticia social.
Pastor de la muerte (1937): Pieza de propaganda dedicada al heroísmo de los defensores de Madrid que está entre lo mejor de su teatro.

domingo, 26 de octubre de 2014

Dionisio Cabal, concierto en la Sala Garbo: “Con tres heridas viene”-

Este viernes 31 de octubre, en la Sala Garbo, a partir de las 7.45 p.m.  el cantautor Dionisio Cabal dará su concierto “Con tres heridas viene”- Homenaje a la vida y la obra del poeta español Miguel Hernández. Afluente importante de los contenidos de  las canciones de Cabal, Hernández es objeto de homenajes, cada año, en el mundo sensible de habla hispana que le considera sencillamente poeta imprescindible. Cabal será acompañado en la guitarra por su invitado especial, el guitarrista Alex Sandoval.  Pueden hacerse las reservaciones y solicitarse información a los teléfonos 2222-1034 y 8994-4987. El público podrá participar de una intensa y emocionante atmósfera de verso y canción. Poemas cantados con melodías creadas por Alberto Pérez (del grupo Los Lobos, de España), Alberto Cortez, Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez y el propio Dionisio Cabal. Es una realización de Más Cultura Producciones.

LAS TRES HERIDAS DEL POETA.

LA DE LA VIDA.- Hernández tuvo por primer oficio la trashumancia, ser pastor de cabras en la abrupta región valenciana que le vio nacer y que talló su carácter y sus horizontes poéticos. Pobre como el que más, vivió una vida dura alimentada por el hambre de justicia y la sed de amor. A los 22 años ya contaba entre sus amigos a Pablo Neruda y a Vicente Aleixandre.  Al acaecer la Guerra Civil Española se enroló como combatiente republicano en el  famoso 5to Regimiento en 1936, formado en Madrid. Combate en Teruel, Andalucía y Extremadura. En 1937 se casa con Josefina Manresa y traba amistad con el gran poeta peruano César Vallejo.

LA DE LA MUERTE.- Al caer la República Española ante el fascismo, traicionada por las democracias europeas, Miguel Hernández sufre su primera muerte. El hombre que había llenado de versos libertarios las trincheras verá la sombra triunfante del eje Berlín-Roma sobre el sacrificio de los grandes pueblos de España. Luego sufrirá prisión por varios años,  siendo trasladado a distintos centros penales. Murió en la cárcel de Alicante, a las 5.32 minutos de la madrugada del 28 de marzo de 1942. Tenía 31 años. Da escalofrío saber que no pudieron cerrarle los ojos (y en ello se inspirará Vicente Aleixandre: “Tus grandes ojos azules/ abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante…”).

LA DEL AMOR.- Quedan, para que la humanidad se mantenga en vela, sus libros poderosos.  Poeta sin concesiones, emociona y compromete a los lectores. No se puede ser neutral estéticamente (esto es, ideológicamente) ante los poemas de Hernández. Todo es amor, pasión, fuerza arrebatadora de la vida. Desesperadas ganas de vivir y de que la vida sea plena en el sentimiento, construida con besos, abrazos, tierra, panes, vuelos, rayos generadores, ternuras y bellezas, repudiando la maldad calamitosa del dinero, el egoísmo y la indiferencia.

Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!

Pablo Neruda

Mutis y Batallas Hubo

I
Casi al amanecer, el mar morado,
llanto de las adormideras, roca viva,
pasto a las luces del alba,
triste sábana que recoge entre asombros
la mugre del mundo.
Casi al amanecer, en playas pizarra
y agudos caracoles y cortantes corolas,
batallas hubo, grandes guerras mudas
dejaron sus huellas.
Se trataba, por fin,
del amor y sus hirientes hojas,
nada nuevo.
Batallas hubo a orillas del mar
que rebota ciego y desordenado,
como un reptil preso en los cristales del alba.
Cenizas del amor en los altares del mundo,
nada nuevo.


II

De nada vale esforzarse en tan viejas hazañas,
ni alzar el gozo hasta las más altas cimas de la ola,
ni vigilar los signos que anuncian la muda invasión
nocturna y sideral que reina sobre las extensiones.
De nada vale.
Todo torna a su sitio usado y pobre
y un silencio juicioso se extiende, polvoso y denso,
sobre cada cosa, sobre cada impulso
que viene a morir contra la cerrada coraza de los días.
Las tempestades vencidas, los agitados viajes,
sólo al olvido acuden, en su hastiado dominio
se precipitan y preparan nuevas incursiones
contra la vieja piel del hombre
que espera a su fin
como pastor de piedra ingenua y a ciegas.

III

Y hay también el tiempo que rueda interminable,
persistente, usando y cambiando,
como piedra que cae o carreta que se desboca.
El tiempo, muchacha, que te esconde en su pecho
con tus manos seguras y tu melena de legionaria
y algo de tu piel que permanece;
el tiempo, en fin, con sus armas ocultas.

Nada nuevo.

                                                                      26 de diciembre