lunes, 5 de mayo de 2014

Alfonso Reyes, a punta de pluma

Alfonso_Reyes

Selección por Érika Henchoz

erikahenchoz@gmail.com
La coherencia, decía Alfonso Reyes, solo se obtiene a punta de pluma.  Así lo mencionó Carlos Fuentes en octubre del 2004 durante una conferencia que dictó sobre la obra monumental  del escritor y su amistad con él en la Cátedra Alfonso Reyes en Monterrey, México.
El gran humanista, poeta y ensayista le llevaba a Fuentes 39 años de diferencia. Fuentes lo conoció cuando a su padre lo nombran Secretario en la Embajada de México en Brasil siendo embajador el propio Reyes. Carlos Fuentes apenas contaba con uno o dos años de edad.  Al tiempo creció una gran amistad entre ambos y sus respectivas familias. Antes de que llegara el padre de Fuentes a la Embajada, Reyes Ochoa hacía todo tipo de trabajo burocrático en la sede diplomática “desde descifrar cables, pegar estampillas, hasta elaborar informes diplomáticos que eran como darse baños de historia y de política, extraordinarios. No es solo el humanista, que todos conocemos, era un sabio político y diplomático”, pronunció Fuentes.
Durante la conferencia, traída a colación por lo allí dicho,  Carlos Fuentes hilvana varios pasajes sobre el regiomontano y se despide  del público diciendo  “Reyes es un faro, una luz; en los tiempos turbios que corren, el pensamiento de Alfonso Reyes se actualiza en los jóvenes que se acercan a su obra”.
De él, confiesa Fuentes que aprendió a ser metódico en la escritura, a dejarse guiar con las lecturas sugeridas y a ver (junto a él) en una sola sentada en el cine, hasta tres películas de John Wayne.  Decía Reyes que el Western es la épica contemporánea,  es el equivalente de Homero, “ver una película de Wayne es como si te tiraras La Ilíada”.
Reyes escribía de 5 a 8 de la mañana, como Goethe,  y parafraseándole  decía que era para quitarle la crema al día”.  El autor de Aura pone a tierra al gran ensayista y poeta de estatura universal.
Entre las cosas más llamativas que logró conocerle Fuentes, fue saber de su amor por la literatura policial, era un gran enamorado de las novelas detectivescas, de hecho, pocos supieron que fue un miembro secreto del Club del Crimen de Nueva York.  “Recibía una vez al mes una caja con una descripción de un crimen, de los posibles incriminados en el crimen, también venía  dentro un pedazo de tela, un cristal roto o un cabello para dar indicios a fin de que el que leyera mandara a decir por escrito_ yo creo que el criminal es fulano o mengano . El que acertaba ganaba 50 dólares como premio que eran muchos dólares en ese tiempo.
Alfonso Reyes Ochoa  amaba el cine, de hecho fue crítico en El Sol de Madrid junto con el novelista mexicano Martín Luis Guzmán que dirigía  José Ortega y Gasset y su seudónimo era Fósforo.
En Costa Rica, el que se hable de Alfonso Reyes, nos remite a Alfonso Chase y a Luis Ferrero quien fue su discípulo y y amigo, y vivió en su casa en México.
Ferrero estuvo en México de 1951 a 1955 para realizar estudios en el Colegio de México. El humanista mexicano Alfonso Reyes llegó a sugerirle lecturas y cavilaciones que llegaron a plasmarse en libros. Ambos  lo citaban con frecuencia en Castalia, el apartamento de Chase  ubicado en la esquina sur-oeste del Museo Nacional, por cierto, derrumbado a finales de la década de los 80′s, donde hoy se encuentra  la Plaza de la Democracia.
Alfonso enseñaba sobre el otro Alfonso. Uno quedaba muy a gusto de conocer a un mexicano generosamente universal y provechosamente nacional, sin perder ninguna de las dimensiones, como citaba Fuentes.
Aquel santuario libresco chaseano, con fotografías y pinturas varias, nos remitía a los muy jóvenes a la  ilusión de la gran Capilla Alfonsina de Alfonso Reyes, convertida hoy en Casa Museo del escritor. No había espacio, en ambos sitios, más que para las palabras,  abrir  y cerrar las puertas a sus  amigos, o atender un teléfono negro de rosca y escuchar siempre: _ ¡Oigo!

Todo un erudito

Poeta, ensayista, narrador, diplomático y pensador mexicano, a quien se le conoce también como el regiomontano universal, Alfonso Reyes Ochoa, nació un 17 de mayo de 1889.  Fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Reyes se convirtió en el principal animador de la investigación literaria en México, y uno de los mejores críticos y ensayistas en lengua castellana.
Reconocido, según se recoge en sitios de sus biógrafos, como uno de entre los más grandes escritores hispanoamericanos del siglo XX. Su labor diplomática, nunca interfirió con su vocación literaria. “Su prosa es única, y sus estudios sobre la cultura Helénica extensos. Toda su obra ha sido publicada por el Fondo de Cultura Económica en 26 volúmenes. Ha sido traducido a varios idiomas. Diversos reconocimientos, medallas, diplomas, comentarios de su obra, y varias menciones para ser candidato al Premio Nobel de Literatura, hablan de la personalidad y valor de Alfonso Reyes”.
Borges lo consideró su maestro y el mejor prosista de América; no obstante, difícilmente alguien tiene a Reyes como su escritor favorito. Anticipó que la razón de esta anomalía reside en que Alfonso Reyes no es recordado como nuestro mejor escritor porque es, básicamente, un ensayista, explican.
En 1909 fundó, con otros escritores mexicanos, el “Ateneo de la Juventud”.  Allí, con Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos se organizaron para leer a los clásicos griegos e invitaban a jóvenes lectores a ahondar en la literatura del mundo entero.
En 1910, Reyes publicó su primer libro “Cuestiones Estéticas”. En agosto de 1912 es nombrado secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, en la que dictó la cátedra de “Historia de la Lengua y Literatura Españolas”, en 1913. Al poco tiempo fue designado segundo secretario de la Legación de México en Francia, puesto que desempeñó hasta octubre de 1914.
Luego se exilió en España (1914-1924), después de la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes.  Compartió trabajos y experiencias con Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset y Ramón Gómez de la Serna. “En esa etapa perfeccionó su manejo de la lengua española, uno de los rasgos que caracterizaron su estilo: riqueza de vocablos y giros expresivos, construcciones gramaticales poco frecuentes, uso de arcaísmos y matices delicados del significado”.
“Con Visión de Anáhuac (1915) conjuró cualquier acusación de extranjerizante. Esa obra se considera una de las visiones más lúcidas y poéticas del México prehispánico y es, hasta la fecha, lectura obligada en los cursos de cultura mexicana. Promotor de una “aristocracia del pensamiento”, ofrecía un colorido sincretismo de la cultura occidental y la raíz indígena, dominado por la tríada platónica: la verdad, la bondad y la belleza”, según se cita en sus biografías.
Sobre su padre, Bernardo,  Alfonso Reyes llora en su escrito la Oración del 9 de febrero,  esa “preciosa arquitectura” de su padre y  confiesa el tormento de la orfandad.  Se pensaba que don Bernardo sería el sucesor de Porfirio Díaz en México.
“El escritor nació con esa muerte y habría de escribir siempre desde esa muerte. Nada de lo que escribió, aún sus párrafos más sonrientes, pudo apartarse de aquel dolor. ”Aquí morí yo y volví a nacer, y el que quiera saber quién soy que lo pregunte a los hados de febrero. Todo lo que salga de mí, en bien o en mal, será imputable a ese amargo día.” El milagro que fue Alfonso Reyes está ahí, en la transmutación de la amargura en cordialidad; en la transformación del dolor en dulzura”, dice Jesús Silva-Herzog Márquez.
“Otra vez por intrigas,  Bernardo renunció a su cargo de gobernador y tuvo que salir en una “comisión” militar a Europa. En plena efervescencia revolucionaria regresa a México. Primero se relaciona con Madero, pero se da entre ellos un distanciamiento. Sale del país, y cuando regresa se rebela contra Madero quien ya está en el poder y lo manda arrestar. Cuando está en prisión, aparecen otros conspiradores contra el gobierno. Lo convencen de encabezar el nuevo levantamiento. Lo sacan de prisión, y avanza hacia Palacio Nacional, donde es acribillado el 9 de febrero de 1913″.
Alfonso fue su noveno hijo. Y así  el escritor describió su muerte.
“Cuando la ametralladora acabó de vaciar su entraña, entre el montón de hombres y de caballos, a media plaza y frente a la puerta de Palacio, en una mañana de domingo, el mayor romántico mexicano había muerto. Una ancha, generosa sonrisa se había quedado viva en el rostro: la última yerba que no pisó el caballo de Atila; la espiga solitaria, oh Heine que se le olvidó al segador.”

Obra de Reyes, inmensa

Reyes es autor de una obra poética celebrada por sus contemporáneos y las generaciones posteriores, y de una obra de ficción escasa pero interesante, obtuvo no obstante sus mayores logros en el campo del ensayo, donde abordó los más variados temas: la teoría literaria, la historia de Grecia, la novela policíaca y las raíces históricas de México.
Entre éstos cabe destacar Cuestiones gongorinas (1927), Tránsito de Amado Nervo (1937), La experiencia literaria (1942), El deslinde (1944) y Los trabajos y los días (1946).  En 1945 obtuvo el Premio Nacional de Literatura en México. De 1924 a 1939 se convirtió en una figura esencial del continente hispánico, como lo atestigua el propio Borges. Entre sus ensayos de esos años se cuentan “Cuestiones gongorinas” (1927), “Simpatías y diferencias” (ensayos, 1921-1926), “Homilía por la cultura” (1938), “Capítulos de literatura española” (1939 y 1945) y “Letras de la Nueva España” (1948).
Maestro del lenguaje, de 1939 a 1950 llegó a la cumbre de su madurez intelectual y escribió una larga serie de libros sobre temas clásicos, como “La antigua retórica” y “Última Tule” en 1942, “El deslinde” (1944), “La crítica en la Edad Ateniense” (1945), “Junta de sombras” (1949). También escribió temas muy variados tales como: “Tentativas y Orientaciones” (1944), “Norte y Sur” (1945), “La X en la frente” y “Marginalia”, en 1952.
Entre sus traducciones se encuentra parte de “La Iliada” de Homero, en 1951. Su trabajo con el mundo clásico no se limita al de la erudición, es más bien una reinvención de metáforas poéticas y hasta políticas que definen nuevas perspectivas para articular la realidad de México, como su “Discurso por Virgilio” (1931).
En “Ifigenia cruel” (1924), poema dramático en el estilo del teatro clásico, el mito contado por Eurípides se reinventa, y se transforma en una reflexión sobre la identidad y el pasado, una alegoría de su propia vida personal y también de la del México surgido de su propia Revolución.
Fallece este insigne poeta mexicano a finales del año 1959, por una afección cardíaca.
Su obra la complementa: México en una nuez 2012, Ensayos sobre la inteligencia americana: antología de textos filosóficos 2002, Cuatro ingenios 2000, Tertulia de Madrid 2000, Trazos de historia literaria 2000, Obras completas de Alfonso Reyes 1993   La vida de la literatura 1992, Cartones de Madrid 1988, La experiencia literaria 1985 Prosa y poesía 1984, Retratos reales e imaginarios 1984, América en el pensamiento de Alfonso Reyes 1965 (2013), Libros y libreros en la Antigüedad 1955 (2011), Verdad y mentira.

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