viernes, 28 de diciembre de 2012

Dionisio Cabal Antillón: un humanista (entrevista)


  


Entrevista publicada el 26 de noviembre de 2012, Abedul literario, Literofilia.

Por Erika Henchoz/ Fotografía: Alba Solà Pagès (+Cultura)

Del distinguido abedul, conocido como también como árbol de la sabiduría, extraemos, para esta nueva sección literófila, esa savia sabia, por lo demás dulce,  que permea entre quienes se mantienen incólumes a pesar de desidias oficiales, en el proscenio de nuestro medio cultural.
Nuestro primer convocado, Dionisio Cabal Antillón: cantautor costarricense (nacido un 13 de agosto de 1954), compositor, poeta, investigador, promotor cultural y activista político. Un renacentista.
De su savia, da vida y vitalidad a su íntegro concepto de la conciencia social. Aquí, sus improntas:
“Que me llamen artista profesional es como si me llamasen obrero o soñador de profesión. Sueño y hago, hago y sueño”.  
De la gigante Emilia Prieto dice: Fue ella quien me puso claridad en la cabeza y rumbo en los pies para que pudiera descubrir con gozoso asombro la identidad poético musical.
Era imposible no endiosar a mi padre, y fue mi Dios.  
Me causa estupor e incluso ira ver tanto petimetre auto consagrado “poeta” a los veinte años, como si Rimbaud naciera todas las semanas.  
La primera sensación de estar frente a un buen poema me la da la piel, algo eclosiona en ella cuando unos versos me conmueven, me cambia el ritmo de la respiración, se me corta la voz.
En estos tiempos uno no puede confiarse porque se maneja mejor el mercadeo que la disciplina sobre el papel.  
Soy hijo de iconoclastas y formal heredero de muchas luchas cabales y antillones.  
De  ideas propias, no es proclive a cambiarlas; le gusta debatir, y quien le refute debe hacerlo con mucho conocimiento en el tema que sea porque Dionisio resulta suficientemente docto. Quienes le conocemos sabemos que es duro en el combate intelectual, y consecuente como pocos; puede lucir distante o fuerte contra su contendiente, aunque al mismo tiempo jovial y dicharachero.
Su mirada, teñida a leguas por las tonalidades del océano, bien conoce de profundidades del alma y de mareas altas y bajas. Hijo de poetas, salió poeta.
Al final de la entrevista, se estrenan en vídeo dos de sus composiciones más emblemáticas.  La primera es ‘A Fabián’  (Fabián Dobles),  y la segunda ‘ Oh Musa impertérrita’, dedicada a la recordada Yolanda Oreamuno. Su homenaje a dos grandes figuras de las letras nacionales.
¿Cómo nace su relación música-literatura, cómo se origina y qué representa en su vida personal y profesional?
La literatura llegó a mí mucho antes de que yo llegara al banquillo escolar. A mis cuatro años mi abuela Daysi Montealegre me inició en la literatura oral, cosa al parecer muy común en la Costarrica de antaño, tal como cumplía a un pueblo auténtico en donde era normal la transmisión de cuentos y leyendas de boca a oído. Me parece importante decirlo. La cuentística silvestre, cimarrona, amañada por el gusto y el sentimiento popular fue puesta en mi horizonte por aquella amada mujer que me presentó a Uvieta, a Pedro Urdemales, a Los Compadres Güechos, La Cucarachita Mandinga y al mismísimo Tío Conejo con aquel pareado que me hacía reventar de risa: “adiós Coyote culo quemao, por amigo de ser casao”.
Los cuentos que no me contó mi abuela me los contó Chepa, una barveña que ya para entonces tenía todas las arrugas del mundo y liaba sus propios cigarros con tabaco comprado en el Mercado Borbón. Luego, cuando supe leer conocí las versiones de Carmen Lyra. Tengo un imborrable recuerdo de mi madre, leyéndome, durante varias noches,  antes de dormir, los tremendistas y maravillosos Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga. Hoy, la sensiblería barata de algunos psico-pedagogos les hace decir que tales lecturas no son convenientes para un infante.  A los cinco años yo tal vez hacía un trazo parecido a una letra, entonces, sin saber que la cosa me venía de respirar la densa atmósfera de la poesía de mis padres (Ana Antillón y Antidio Cabal), yo inventaba poemas que mi madre copiaba, por ahí anda uno en papel sobreviviente que comienza diciendo “Un credito (pequeño credo) fue el marciano que a las nubes fue a parar…” de donde podía inferirse que el nihilismo nunca iba a ser mi fuerte.
Después me tocó ir a la escuela, con maestras de verdad  costarricenses,  normalistas con  hálito de Omar Dengo. Rememoro la Escuela Nueva Laboratorio de la U.C.R -recién inaugurada-, y  dos maestras, la gran actriz Ana Poltronieri que infundía miedo con su vozarrón virtuosamente histriónico y la niña Emma Gamboa. Recuerdo que después de un paseo a la Fosforera Nacional, en Heredia,  se asignó a cada quien hacer una composición sobre lo relevante del caso. Fui entonces objeto de la primera crítica literaria de mi vida, por cierto despiadada, la niña Poltronieri tomó mi texto para ejemplificar sobre el vicio del “queismo”. Cada cuatro palabras enlazaba imágenes, frases y verbos con el “que” a guisa de conjunción. Me sentí humillado, sobra decir pero algún provecho saqué a la lección y hoy siento gratitud. Pero también por compensación inefable  me susurra  en la memoria la voz de la niña Emma, leyendo al final de cada día de clase el Pinocho de Collodi, en medio de un silencio absoluto que de pronto era roto por risas o exclamaciones de asombro. ¡Que belleza! Todavía no estábamos contaminados por la prostitución de las grandes obras de la literatura infantil universal, a cargo de Walt Disney.
Fue en 1963, cuando con mi hermana Ana Lucía llegué a Caracas a vivir junto a mi padre y su segunda esposa, la poeta Mayra Jiménez, cuando la literatura entró a mi vida de forma total. Nunca tuvimos aparato de televisión,  sabiamente mi padre la vetó, pero a cambio disponíamos de una biblioteca fabulosa de miles de ejemplares escogidos. A pesar de la estrechez económica, raro era el mes que Antidio y Mayra no llegaban con uno o dos libros para nosotros. Así fuimos iniciados de forma envidiable en la gran literatura del mundo, cuento, novela incluso breves ensayos, de todas las procedencias imaginables. La poesía no fue la excepción. Mayra tomaba un cuaderno y a manera de títulos sugestivos escribía diez o doce imágenes,  a partir de tal impulso escribíamos-describíamos cuanto nos vibraba entre corazón y cerebro. Posteriormente leíamos y comentábamos lo escrito. Muy tempranamente nuestra sensibilidad fue tañida por Lorca, Juan Ramón, Lope, Machado, Hernández y Darío.  En esa época, maravillosa y dura, fui iniciado en la lectura de las literaturas mágicas, cuentos maravillosos, de hadas, sagas y epopeyas de los pueblos de las cinco partes del globo. Ese bagaje no se compra en ninguna academia.

En cuanto a la música, es moneda corriente escuchar que se hereda por predisposición genética,  porque quien no hereda un buen oído musical, afinado, no tiene nada que hacer, la voz es súbdita del oído. No puedo presumir de tener un gran oído, pero me defiendo. Mi abuelo Antidio Cabal Fernández, asturiano de cepa, tenía tan bella voz que la gente lo detenía en la calle: “Antidio, cántenos”, le decían y él no pocas veces entonaba con su diáfana voz alguna vaqueirao canto de arrieros diríamos aquí, que son particularmente lucidas cuando las canta alguien que, como mi abuelo Antidio, poseía un buen vibrato. De sus labios aprendí canciones de la guerra civil española. Quedaron tatuadas con fuego de amor y dolor y me rondan siempre, inevitables.
Por la otra parte, una de mis bisabuelas maternas, doña Eva Castro, tocaba muy bien el piano y la mandolina y cantaba. Siendo novia de mi bisabuelo Juan Antillón,   cuando éste  partió un día hacia el Guanacaste, en aquellos tiempos, albores del siglo XX, sin verdaderos caminos, un viaje azarozo,  ella,  que no podía dormir de congoja le escribió una canción que he logrado conservar transmitida por mi abuela materna Daysi, nuera de don Juan y doña Eva.
Mi abuelo Francisco Antillón tocaba piano, igual que su hermana, mi tía abuela Haydée que gustaba ejecutar Schubert y Chopin. En mi infancia recuerdo a Marina, hija de Chepa la barveña, cantar alabados, a mi madre cantando “el Diablo se fue a pasear y le dieron chocolate” e incluso hacer falsete cantando La Malagueña, canción mexicana. Luego, durante mi estadía en Venezuela, el asunto se acrecentó, como es obvio. Con mi padre me asomé a la música española, al cante hondo, al jazz, a Luis Armstrong, Benny Goodman, a  los boleros de Los Panchos, al maravilloso Mozart y su gran fuerza solar -sin duda lo más grande que ha producido el talento musical de la humanidad, me perdonen Beethoven, Bach y Wagner-.
Mi padre no era sordo musical mas no cantaba “ni los pollitos” aunque a veces pienso que él creía lo contrario y nos daba la lata. Lo que sí hacía -digamos que aceptablemente- era bailar mambo. Admiraba a Pérez Prado. Por su parte  Mayra cantaba algunos boleros y tangos, canciones populares y patrióticas de Costarrica y, muy importante, fragmentos de poemas de Rubén Darío, que había aprendido de su madre doña Blanca Rodríguez, herediana raigal. Valga el paréntesis para decir que en Nicaragua nunca tuvieron y posiblemente nunca tengan noción de la admiración patente que el pueblo tico ha rendido a este gran poeta, hermano de nuestro gran Aquileo Echeverría.
  Venezuela me abrió su mundo musical, que, sin exagerar, supera con creces al cubano, lo cual es mucho decir. Sus variedades rítmicas,

melódicas, tonales, los tópicos líricos, épicos, zumbones, su impresionante organología, la calidad de sus letras, de su lirismo popular vertido en versos que se pasean por todas las formas estróficas conocidas y que solamente México puede igualar o vencer.
La música temporaria de Navidad o de faenas, de fiestas, parrandas y carnavales, sus intérpretes tan completos, lo anónimo, lo culto, lo popular.
Toda Venezuela es cada día un inmenso pentagrama vital, donde la música se respira. Me marcó, me enfermó, me definió. El amor y el respeto por lo propio en el campo musical que ostentan los venezolanos no tienen parangón. Luego la suerte me permitió conocer en persona a Soledad Bravo, a Alí Primera e incluso -en una visita que hizo al Liceo Andrés Bello- al argentino José Piero. Ellos fueron ejemplos nada abstractos en el momento en que di  mis primeros pasos.
Al regresar a Costarrica en noviembre de 1969 me aguardaban asuntos determinantes. La huelga contra la ALCOA en abril de 1970, en donde balbuceé parodias de las canciones españolas de mi abuelo. El periodista  Luis Fernando Mata Araya y mi compañero de estudios secundarios, Luis Alberto Azofeifa , con quienes fundé el grupo Gente en 1971, primer grupo de Nueva Canción Costarricense. Mi entrañable amiga y maestra, Emilia Prieto a quien conocí a finales de 1973 o principios de 1974, durante la campaña electoral del Partido Acción Socialista, el famoso PASO de don Marcial Aguiluz Orellana, fue ella quien me puso claridad en la cabeza y rumbo en los pies para que pudiera descubrir con gozoso asombro la identidad poético  musical de la Meseta Central y los veneros de la historia de las culturas populares, materia a la que he dedicado prolongados tiempos e ingentes esfuerzos.
Jamás imaginé que llegaría a ser eso que llaman cantautor y mucho menos cantante, pero heme aquí, casi 40 años después, sin soltar la guitarra ni el agobio de las urgencias y premuras que nos mueven a cantar lo que cantamos. Hoy no puedo imaginarme sin cantar, sin escribir, sin beber agua. De tal manera, música y literatura, sin ser yo excelso en ninguna, son mi adarga y mi espada. Quiero creer que con ellos me muevo, a lomos del humanismo. Que me llamen artista profesional es como si me llamasen obrero o soñador de profesión. Sueño y hago, hago y sueño.
¿Cómo  explicar  la influencia que ejercen sus padres-poetas en su vida? Definitiva. Por muy lejos que yo crea que alcanzo, individualmente, nunca logro

ir más allá del jardín, por demás denso y extenso que delimitaron mis padres alguna vez. Es curioso, porque como padres los perdí a ambos en mi más temprana niñez. Niño me hizo mi abuela, y redondamente feliz, desde  mi primer año y hasta los cinco. Me crió ella mientras  Ana y Antidio vivían otro mundo y otra casa para poder dedicarse a tiempo completo a la poesía. Lo mismo ocurrió con mi hermana Ana Lucía.
Así que la gran poesía de mis padres tuvo el auspicio de  la incondicional solidaridad de mi abuela materna.  Luego los recuperé, por separado y en distintas épocas. Ya iba a la escuela y hasta me sabía el Credo cuando llegué al mundo “antidiano”, estaba ubicado en una ciudad semi neurótica, llamada Caracas,  por entonces con millón y medio de habitantes, muy lejos de los potreros,  pozas y cafetales de nuestra inefable Costarrica de los sesentas, aquella  donde, como dice mi padre, las vacas cruzaban la avenida central de San José pasando frente a Chelles.
En cuanto a mi padre, debo decir que conforme fui conociendo su sapiencia, su cultura enciclopédica, su discurrir y transcurrir en la cotidianeidad, su coherencia entre el pensar y el actuar, me hizo imposible,  natural, endiosarlo. Y de verdad fue mi Dios. Hubo tanto amor como admiración de mi parte, aunque era un burro en pedagogía. Estricto en grado sumo, trasladó a nuestra convivencia los efectos del rigor vivido durante la guerra civil, era evidente. Y a su manera, pura y dura, templó mi carácter. Como resultado, a los catorce años me fui de la casa. Por aquello de no ser yo menos español que él. Si se entiende. Lo amé con pasión cada día de su existencia, pero, calcando su modo de ser, nunca fui bueno para mercadear afectos.
Después de siete meses en la calle, de donde me sacó la policía para ponerme en manos de Mayra, volví a Costarrica en un vuelo con pausa en Panamá, en el bolsillo izquierdo un ejemplar de “El coronel no tiene quien le escriba” y en el bolsillo derecho el pasaporte al mítico paraíso de las bucólicas ensoñaciones . Tenía quince años cumplidos. Ya en Costarrica enfrenté a mi madre, si es que vale usarse ese vocablo que puede inducir a error. Enfrenté su actitud de palmera ante los vientos, su suavidad pertinaz capaz de horadar una roca de forma imperceptible, su generosidad sin límite, su cultísimo culto al esoterismo, su sentimiento de culpa por tantos años de distancia de sus hijos mayores.
Durante mi estancia en  Venezuela, llegué a sublimar la imagen de  mi madre biológica. La puse, como diría cualquier campesino meseteño, muy, pero muy en alto. Justo allí donde ningún epíteto la alcanzaba, la imaginaba rodeada de un coro de pariguales: Sor Juana, Góngora, Lope, Garcilaso, Mistral, Ibarbourú. La idealicé y construí en mi mente un espacio donde visitarla. A ella acudía para consolarme en la distancia, a pesar de que mi correspondencia sufría censura previa. Le escribía poemas que aludían a su condición de potencia etérea que desde lo insondable protegía mi ser. Por supuesto, me costó  mucho bajarla de ahí, no sé si lo he logrado,  todavía en estos días cuando la abrazo, debo luchar contra la sensación de tener entre mis brazos a una mezcla de Santa Bernardita y Teresa de Ávila.
Rescato de ambos el que nunca me hablaron mal el uno del otro. Mi padre decía que mi madre debía tener algún desajuste químico entendido como amable variante de la naturaleza respecto de los demás seres,  para poder entender cómo escribir como escribía, le parecía  imposible que alguien tan de natural escribiese de la manera en que ella lo hacía, 

desde los dieciséis años, en un mundo literario como el de la Costarrica de entonces. Repetía con frecuencia una anécdota,   cuando José Coronel Urtecho le dijo: “Anita, no me diga que su poesía gusta en Costarrica” y ella “No, para nada” y él concluyó “Me habría extrañado mucho lo contrario”, y así al tiempo que Laureano Albán se mofaba de la poética de mi madre, los poetas de Nicaragua decidieron regalarle el río San Juan.
Y aquí, nobleza obliga, también está, claramente perfilada, la imagen de Mayra Jiménez, que sudó mis fiebres, firmó mis cuadernos escolares, y bailó un son difícil de llevar en la escasés material, mientras se comprometía con las luchas sociales, con su carrera de literatura y con el riguroso empeño de aprender a desbastar el verso. Ciertamente Mayra se hizo poeta trabajando en el irrepetible taller de Antidio, y de allí fueron saliendo, en las noches caraqueñas, sus primeros libros, Los trabajos del sol, VolumniaCarta al padre, y supimos que ella era ella y que era poeta, mujer y revolucionaria. Mayra, siempre elegante, coqueta incluso, como aquellas jóvenes maestras de la Normal, serias, calificadas y a la vez tan enamoradas de la vida y del amor, Mayra con su escenografía de volutas de humo de cigarrillo, también fue mi madre-poeta, mi poeta-madre.
Como consecuencia de intentar ser objetivo con el mundo de la poesía, que,  al cabo es el mundo mismo, nunca he publicado poesía mía, que escribo desde los ocho años, porque a nada le tengo más respeto en la vida que a la poesía, y si uno no tiene calidad, si uno solo va a ser un repetidor, un pajarito más,  lo mejor es no publicar. Me causa estupor ver  tanto petimetre auto consagrado “poeta” a los veinte años, como si Rimbaud naciera todas las semanas.
La primera sensación que tengo al estar frente a un buen poema me la da la piel.  Algo eclosiona  y pareciera romperla. Cuando unos versos me conmueven, me cambia el ritmo de la respiración, se me corta la voz, releo para gratificarme en  la misma sensación. Puedo llorar y reír de emoción cuando me siento enlazado por la belleza y la inteligencia de un poema cierto. Comparto con Francisco Umbral la idea de que si bien Cervantes es el más importante autor de la lengua española, Quevedo es el mejor.  No obstante  es Lope de Vega, redescubierto a mis cincuenta años, quien logra abrirme la boca con los gestos del asombro. Quevedo es absolutamente genial, pero hay veinte poemas de Lope que son hueso irreductible de la gran poesía española del Siglo de Oro.
Mis padres-poetas, mis poetas-padres me privilegiaron para que no viese la poesía desde los balcones.  Para embarrialarme con ella. Poder entender que la subjetividad, viento que impulsa el barco de la estética, también es  herramienta para entender-nos, afirmar-nos y construir-nos. Es la intelección que el corazón tiene en relación con la materia, sin lo cual,  la vida no tendría sentido y lo humano sería una vulgar charada.
 Dionisio, ¿cuál es el poeta más cercano a usted (de cabecera), y porqué?
Aunque reconozco que Miguel Hernández me resulta absolutamente imprescindible, no tengo un poeta de cabecera, tal vez sí una cabecera de poetas. La poesía es una,  digamos, la buena, que es la única que cuenta. Nos ladra, nos canta, nos grita, nos pule, nos hiere, nos fragua. En ese sentido tengo tal vez unos cincuenta libros de poesía por cabecera, y de cada libro algunos poemas, Maiakovski, Evtuchenko, Sor Juana, Guillén, Martí, Quevedo, Homero Aridjis, Dulce María Loynaz, Eunice Odio, Blas de Otero, Nazim Hikmet, El Eclesiastés y el Cantar de los cantares, Nicanor Parra, todos los de Nicaragua, Dalton, Safo, Píndaro, Marcial, Leopold Senghor, Bécquer, Lope de Vega, Baudelaire, Whitman, Emily Dickinson, Pound, Ginsberg. William Charles William, Robert Frost, Sandburg, Bob Dylan, Nervo, Storni, Petrarca, Benedetti, Neruda, Vallejo, Lorca, Hernández, John Keats, Blake, Milton, Machado, Gabriel Celaya, Virgilio y Horacio, Rilke, Aquiles Nazoa, Alberti y dejemos la  lista hasta aquí.
Hay algunos poetas como Nervo, Neruda y Huidobro, por ejemplo, a los que mi padre les hacía “mala prensa” por razones distintas, mas de él aprendí que justamente había que leerlos porque es saludable entender lo que tienen de objetables, la cursilería de Nervo, la inconsecuente relación estético-ideológica de Neruda o la absurda dialéctica del creacionismo de Huidobro. 
Amado Nervo, por Fernando Lezama
No puedo dejar de apuntar,  tampoco creo que deba justificarme si digo que el libro
más importante que leído en los últimos cuarenta años se llama Campo Nublo, de Antidio Cabal. Estoy seguro de que en años venideros, tal cual empieza a ocurrir, los más calificados poetas, críticos y estudiosos corroboraran mi aserto. De alguna manera sería injusto que yo me abstuviese de opinar sobre el poeta, solamente porque resulta ser mi padre.
 Ha musicalizado cientos de poemas, no obstante, hay alguno que desee musicalizar? ¿Cuál sería?
He musicalizado decenas de poemas pero me falta publicar una buena antología de poetas costarricenses. Ana Istarú, Alfonso Chase, Eunice Odio, Arturo Echeverría, Adilio Gutiérrez, Isaac Felipe Azofeifa, Carlos Rafael Duverrán, Mayra Jiménez y obviamente Debravo a quienes algunos consideran el mejor poeta de Costarrica tal vez por lo que tiene de enunciativo en lo social. Pero uno nunca sabe cual poeta planetario te va a tumbar la puerta del pecho, inesperadamente, y de pronto se te meta entre las cuerdas de la guitarra.
Quisiera nos comentara sobre ese apego maravilloso, pasión si se quiere, con la poesía española de la Generación del 27.
Aunque Machado es de la llamada Generación del 98 ( siglo XIX), por arte de birlibirloque en la conciencia de la corriente poética contemporánea lo tenemos integrado a un movimiento posterior, la llamada Generación del 27, que nos ha marcado superlativamente a quienes nos dedicamos a esto de cantar de vez en cuando la gran poesía; tal vez, Lorca, Hernández, León Felipe y Alberti, nos llaman con fuerza conmovedora porque su destino individual estuvo dramáticamente ligado al gran trauma del principio de la entronización del fascismo en Europa, mismo al que estos poetas se opusieron de manera militante y radical, y justamente esto incluye a Machado de quien parafraseando a Celaya podríamos decir “tomó partido hasta mancharse” y así fue, manchó su prosa y sus versos en defensa apasionada de la República Española, para finalmente morir exilado en Francia en 1939. La campana de la poesía española enfrentando los bordes de la bestialidad resonó en todo el orbe y particularmente en nuestra América.
Y a mí me tocó en herencia algo de ese espíritu y de esa impronta dolorosa del destino de España porque de ese mundo emergieron directamente mi abuelo y mi padre, Antidios ambos, el primero huyendo de la condena a muerte y el segundo del servicio militar franquista que resultaba oprobioso para las conciencias lúcidas y libérrimas como las de Antidio Cabal. Eso puede explicar esa identificación mía con esa poesía.
Dionisio, ¿qué representa Fabián Dobles en su repertorio? Ese poema-canción cuándo y en qué contexto lo escribió?
Fabián Dobles es quien más me ha inspirado en la búsqueda de lo costarricense. Solamente  Emilia Prieto ha tenido en mi trabajo una influencia tan directa. La búsqueda del lenguaje, la semblanza psíquica del ser idiosincrásico (don Luis Barahona lo llamaba el gran incógnito) costarricense, la visión socio histórica del desarrollo de la comunidad costarricense como entidad cultural cohesionada en el mestizaje, la proximidad ideológica más allá de la prédica a favor del socialismo. Fue además de mi maestro, como lo fue de tantos, mi amigo y tuve la alegría de que me compartiera exquisiteces de su pensamiento. Cuando murió, por cierto asumiendo la hora de la partida con una entereza pasmosa, le lloré a mi manera, escribiéndole una canción que lo proyectara en su grandeza de costarricense, literato y libre soñador.
 ¿Conoce usted "la nueva camada" de escritores y poetas costarricenses?
Diríase mejor los nuevos lotes de escritores y poetas. Pues la verdad, no mucho, algunos nombres me suenan con más fuerza que sus poemas o sus cuentos y novelas. En estos tiempos uno no puede confiarse porque se maneja mejor el mercadeo que la disciplina sobre el papel. En la poesía hay quien escribe un libro por mes o tres por año, eso no es malo, lo malo es que los publican, ya como libro, ya como recital. Es agobiante tanta pirotecnia de ingeniosidad verbal, tanto tono calculadamente iconoclasta y pseudo irreverente. En la novela hay más seriedad y logros, Rodrigo Soto, Dorelia Barahona, Fernando Contreras, Alexander Obando, Carlos Cortés, y un importante etcétera.
¿Qué proyectos tiene en mente realizar donde la literatura esté de por medio?
Bueno, seré atrevido, en 1986 inicié una novela que creo puedo atreverme a publicar, han pasado sobradamente más de los siete años que el gran poeta latino recomendaba como tiempo de reposo para una obra antes de darla al público. También publicaré una novela que no es exactamente para niños, sino más bien una “novela de niño”, la escribí a los 12 años de edad. Me la encontré y me pareció rescatable, no tocaré una sola palabra y depositaré el original (escrito a mano, con lápiz de grafito en un cuaderno empastado), en la Biblioteca Nacional o donde corresponda.
Estoy en vísperas de dar a conocer la obra del compositor campesino Evelio Granados, de Soledades de Sabanas de Acosta, el disco lleva por título “Evelio Granados, la nueva lírica campesina”, todo un hallazgo según mi entender. Publicaré también la obra casi completa del ramonense Carlos Alfaro Solano, el poeta popular más importante de nuestro país desde Aquileo Echeverría hasta hoy, y cuya obra por cierto tiene un estilo nada en común con las concherías. Publicaré el cuarto tomo de la Colección Emilia Prieto, dedicado al estudio de las retahilas. Pero lo más importante por ahora es un gran homenaje al poeta Antidio Cabal, cuya muerte pasó inadvertida para los medios de prensa costarricense pero no para miles de personas que desde distintas partes del mundo siguen haciendo  sus manifestaciones afectuosas.

¿Dionisio, cómo nace el hecho de unir su mundo literario con la música? ¿cómo cataloga esto que Usted hace y convoca lo mejor de las personas?,  ¿qué peso encuentra al unir poesía, lírica, literatura, con música?
Luis Fernando Mata encontró en casa de su novia -que era hermana de mi novia de entonces- unos poemas míos.  Sin conocerme casi, se acercó a decirme que él era músico y que aquello le parecía excelente para ser cantado… así empezó…o mejor dicho, así empecé… empezamos. Entonces decidí cantar, ya marcado por el llamado  Nuevo Canto que despertaba con gran fuerza en América Latina, porque creía útil la posibilidad de poder comunicar mi rebeldía en forma de ideas y emociones.
Soy hijo de iconoclastas y formal heredero de muchas luchas cabales y antillones. Me atrae la acción justiciera tanto como la belleza de un hecho estético; creo como Martí en la hora de pedirle peso a la prosa y condición al verso; creo como Alí Primera que un verdadero artista no puede convertirse en comediante de su propio espíritu; creo como Brecht que toda voz genial viene del pueblo, del colectivo y que alguien la asume y sintetiza; creo como Gramsci que debe desterrarse la idea de que el  arte es un accesorio de la vida; creo como Silvio Rodríguez que se debe tener claridad en el modo de proceder con todos y cada quien.  Por eso canto lo que canto, y no canto para ser cantante. Soy continuador, emulador, seguidor de quienes uniendo la poesía y la música encuentran ocasión de impulsar a los seres humanos a humanizarse realmente en la búsqueda del bien, la belleza y la justicia. Y ello implica la rebelión ante lo injusto y la proclamación de la alegría ante lo bueno y lo bello -que según Platón se contienen el uno al otro-.

A FABIÁN:

OH MUSA IMPERTÉRRITA: 

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Erika Henchoz es periodista, co-fundadora y editora de Literofilia.com en sus primeros años. Productora, gestora y difusora cultural. Trabajó para la Editorial Costa Rica y  la  Editorial Universitaria Centroamericana, EDUCA, en los años 80 y 90 . Ha sido redactora para la Tribuna Económica y el Semanario UNIVERSIDAD; y colaboradora en otros medios impresos y digitales. Actualmente trabaja en la Rectoría de la Universidad Costa Rica. También forma parte del Colectivo Mujeres Por Costa Rica desde su fundación, este es un espacio de reflexión de la política nacional.



Manuel Chamorro a sus ochentas años canta aún mejor. 

lunes, 10 de diciembre de 2012





¡Amor…Amor!

Si acaso he de morir,
Amor,
Ahogado;
deseo que sea
en el fondo
cristalino
de tus ojos de agua.

Que sea en su destino
que yo me hunda
y me confunda con sus algas
profundas y divinas:

Si acaso
he de navegar eternamente
por haber extraviado
brújula y camino,
que sea en tu mar
es lo que pido
humanamente.

Si acaso he de gastar
mis pies buscando
yo una cima,
que sea en tu monte, amor,
es lo que pido.

Que sea en tus ojos de agua
que yo naufrague,
que sea por Dios en ellos
que yo me muera…

Que sea en tu mar
que yo me pierda
sin tiempo y hora
para reencontrarme…

Que sea en tu norte
que toque el cielo
sin alas blancas
y sin desvelo.

Si acaso he de morir,
Amor,
Ahogado,
que sea en el fondo cristalino
de tus ojos de agua.

¡Amor …Amor!




Guardabarranco

viernes, 7 de diciembre de 2012



... DE LOS ABEDULES...















Tres cartas de Henry Miller a Anaïs Nin





MI QUERIDA ANAÏS,


¿Qué son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que el deseo y el placer de verte mientras te desnudas y te envuelves en las sábanas. Nunca has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me amaste o me amaste demasiado o me admiraste como la niña que toma una lente y se pone a ver cómo marchan las hormigas y cómo, en un esfuerzo incasable y lleno de fatiga, cargan enormes migajas de pan. Qué son aquellas noches lluviosas en medio de la cama de un hotel. Qué el recuerdo de nuestros pasos por la calle, en el teatro o en la sala de conciertos. Qué son los recuerdos de los celos y de tus amantes y de June y de mis amantes.

Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo que tirabas en la humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas de desearte. Te deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible y ya te has ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico, leerás estas palabras una y otra vez, en medio de mi ciudad con la gente pasando en medio de las calles y la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el fuego en la mano derecha.

Mi querida Anaïs, ma petite, ma jolie, infanta inquieta de sal nocturna. Te extraño cuando huyes de madrugada y te extraño cuando camino y me tomo un café en la calle; te extraño cuando June se acerca cariñosa y cuando paso por los grandes aparadores. Te extraño casi a todas horas: cuando escribo, cuando te pienso, cuando escucho las campanas que me anuncian que ya son las tres, cuando me acuerdo de las horas interminables entre humo y whisky, cuando tengo una comida que dura toda la tarde, también cuando me despido de ti cada día a la misma hora, cuando como en aquel lugar donde nos dio el aire y cuando escucho la radio. Adiós, Anaïs, adiós. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras vidas podré poseerte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio de la nieve y entre libros y vino. Adiós,

Henry



«... AYER PENSÉ EN TI, EN CÓMO CIÑES LAS PIERNAS EN TORNO A MÍ, DE PIE, EN CÓMO SE TAMBALEA LA HABITACIÓN, EN CÓMO CAIGO SOBRE TI EN LA OSCURIDAD SIN SABER NADA...»


Terriblemente, terriblemente vivo, afligido, absolutamente consciente de que te necesito. He de verte, te veo brillante y maravillosa y al mismo tiempo le he escrito a June y me siento desgarrado, pero tú lo entenderás, debes entenderlo. Anaïs, no te apartes de mí. me envuelves como una llama brillante. Anaïs, por Dios, si supieras lo que siento en este momento. Quiero conocerte mejor. Te quiero. Te quise cuando viniste a sentarte en mi cama -esa segunda tarde fue toda como una cálida neblina- y de nuevo oigo cómo pronuncias mi nombre, con ese extraño acento tuyo. Despiertas en mí tal mezcla de sentimientos que no sé cómo acercarme a ti. Ven a mí, aproxímate a mí, será de lo más hermoso, te lo prometo. No sabes cuánto me gusta tu franqueza, es casi humildad. Sería incapaz de oponerme a ella. Esta noche he pensado que debería estar casado con una mujer como tú. O es que el amor, al principio inspira siempre esos pensamientos? No temo que quieras herirme. Veo que tú también posees fuerza, de distinta orden, más escurridiza. No, no te romperás. Dije muchas tonterías sobre tu fragilidad. Siempre he sentido un poco de vergüenza, pero la última vez menos. Acabará desapareciendo toda.

Tienes un sentido del humor delicioso; lo adoro. Quiero verte reir siempre. Te lo mereces. He pensado en sitios a donde deberíamos ir juntos, sitios oscuros, aquí y allí, en París, por el simple hecho de decir "aquí vine con Anaïs", "aquí comimos, bailamos o nos emborrachamos juntos".

Ay!, verte borracha alguna vez, qué privilegio!, casi me da miedo de proponértelo; pero Anaïs, cuando pienso cómo aprietas contra mí, cuán ansiosamente abres las piernas y qué húmeda estás, Dios, me vuelvo loco de pensar en cómo serías cuando todo se disuelve. Ayer pensé en ti, en cómo ciñes las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada. Y me estremecí y gemí de placer.

Pienso que si he de pasar todo el fin de semana sin verte, resultará intolerable. Si es preciso, iré a Versailles el domingo - lo que sea, pero he de verte. No temas tratarme con frialdad. Me bastará con estar cerca de ti, con mirarte admirado. Te quiero, eso es todo.

  
«... Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo....»

Quiero decir que no puedo ser absolutamente leal, no está dentro de lo que soy capaz. Me gustan las mujeres, o la vida, demasiado… No sé cual de las dos cosas. Pero ríe, Anaïs. Me encantaría oírte reír. Eres la única mujer que tiene un sentido de la alegría, una sabia tolerancia; no, es más, parece que me instas a que te traicione. Por eso te amo. Y ¿qué es lo que te lleva a hacer eso, el amor? Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo.

O sé lo que espero de ti, pero es algo parecido a un milagro. Te voy a exigir todo, hasta lo imposible, porque me animas a ello. Eres realmente fuerte. Me gusta incluso tu engaño, tu traición. Me parece aristocrático (¿suena inapropiada la palabra aristocrático en mi boca?).

Sí, Anaïs, pensaba en como traicionarte, pero no puedo. Te deseo. Quiero desnudarte, vulgarizarte un poco… no sé, ay, lo que me digo. Estoy un poco bebido porque tú no te encuentras aquí. Me gustaría dar una palmada y Voilà, ¡Anaïs! Quiero que seas mía, usarte, follarte, enseñarte cosas. No, no siento aprecio por ti, ¡no lo permita Dios! Tal vez quiera hasta humillarte un poco, ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué no me arrodillo ante ti y te adoro? No puedo, te amo alegremente ¿Te gusta eso? Y querida Anaïs, soy tantas cosas. Ves solamente las cosas buenas ahora, o al menos eso es lo que me haces creer. Quiero tenerte al menos un día entero conmigo. Quiero ir a sitios contigo, poseerte. No sabes lo insaciable que soy, ni lo miserable, además de egoísta.

Me he portado bien contigo. Pero te advierto, no soy ningún ángel. Pienso principalmente que estoy un poco borracho. Me voy a la cama; resulta demasiado doloroso permanecer despierto. Soy insaciable. Te pediré que hagas lo imposible. No sé lo que es. Probablemente tú me lo dirás. Eres más rápida que yo. Me encanta tu coño, Anaïs, me vuelve loco. Y tu manera de pronunciar mi nombre. ¡Dios mío, parece irreal! Escucha, estoy muy ebrio. No soporto estar aquí solo. Te necesito. ¿Puedo pedírtelo todo? Puedo ¿Verdad? Ven enseguida y fóllame. Descarga conmigo. Rodéame con las piernas. Caliéntame.

Henry y June. Anaïs Nin (
Diario íntimo).


lunes, 26 de marzo de 2012

Autobiografía casi completa







SOY YO, MUJER, COMO DECIR RAÍZ, SOY BOSQUE MILENARIO DE LAS FRUTAS
QUE RECORREN EL PLANETA, 
SOY FRUTA REPOSADA EN EL CUENCO DEL CORAZÓN
QUE AMO...

SOY LA AMADA POR ÉL...LA PIEL SUAVE
QUE EXFOLIA LAS ASPEREZAS DE SUS MANOS
DE JARDINERO ENAMORADO.

VIVO...RESPIRO Y VIAJO EN EL ALIENTO
DE LAS MARIPOSAS FLORECIDAS
EN SUS BESOS, SOY YO, LA AMADA;
LA JAMÁS OLVIDADA, LA PRESENTE
EN LOS PASOS QUE ME BUSCAN DESDE 
SUS MUSLOS DE CAMINANTE.

ME AMAN...ÉL ME AMA Y URGE DE MIS POROS,
NO RESPIRA SIN EL AIRE QUE YO FABRICO
EN EL ALTAR DE MIS PECHOS...

YO LO ESPERO. ÉL ES UNA METÁFORA FUGAZ
SIN PÁGINAS EN LA GRAMÁTICA RUDA
DE LA REAL ACADEMIA DEL RECUERDO,
ME AMA SIN ARMADURA...ÉL TAMBIÉN ES FLOR
Y MÚSCULO DECIDIDO PARA LA DULCE LUCHA
DEL SUDOR EL LATIDO Y LA TERNURA.

ÉL ES INDEPENDENCIA ENAMORADA:
YO SOY SU LIBERTAD ANUNCIADA
DESDE EL PATIO CASERO DE LA INFANCIA.

SOMOS... ÉL Y YO...ELLA Y YO...NOSOTROS,
LOS ÁNGELES LIBERADOS DEL PECADO SECULAR
DE LOS PERDIDOS EN EL LABERINTO TORPE
DE LA RENUNCIA A LOS BESOS, AL CUERPO Y LA MIRADA:
SOMOS EL MUNDO DE LAS ALAS DESPLEGADAS
BATIENDO EL AIRE PARA QUE LOS MILAGROS RESPIREN.

AMOR...AMOR...AMOR...ESTO SOMOS
FRENTE AL MUNDO EMPEDRADO DE LAS PENAS;


SOLO AMOR, VIDA...ESTADO PRIMIGENIO DE LA PERFECCIÓN...AMOR, REPITO. CMP.







                                                                      26 de diciembre