jueves, 30 de enero de 2014

Otro poeta parte. Primero Mutis y el domingo 26 de enero 2014, José Emilio Pacheco, con quien tantas noches compartí sus poemas. El amado José Emilio, sencillo, discreto, y de verbo vivo, cotidiano, político y amoroso. También Juan Gelman, quien acabó con aquellos recuerdos groseros.



José Emilio Pacheco, niño inmune a la erosión del tiempo


Día 28/01/2014 - 13.11h


Alérgico a la retórica, no hacía falta ser poeta o erudito lector de poesía para disfrutar y crecer con los versos del mexicano





Poeta, traductor, editor, gran animador cultural y muy querido profesor universitario, José Emilio Pacheco (1939-2014) se dio a conocer en 1963 con su poemario «Los elementos de la noche», al que siguió «El reposo del fuego» tres años después.

Ya en esos primeros libros, la escritura del poeta manifestaba con rara y temprana plenitud las constantes de un estilo en el que un sólido conocimiento de la tradición poética –lo mismo clásica que moderna– se alía con la transparencia, en busca de una franca pero no fácil testimonialidad. Alérgico a la retórica, no hacía falta ser poeta o erudito lector de poesía para comprender, es decir: para disfrutar y crecer con sus versos.

Pacheco no sólo miraba hacia las vanguardias europeas (simbolistas, surrealistas) y anglosajonas (Eliot, Beckett), sino también a los poetas y artistas mexicanos e iberoamericanos que se habían sustraído a los grandes dogmatismos de la época, como fueron Borges, los integrantes de «Contemporáneos» y como habrán de ser Alí Chumacero y Octavio Paz, éste último un padre joven –por así decirlo– con quien siempre mantuvo un diálogo intenso que a veces no fue bien avenido, aunque los desacuerdos nunca rompieron los sutiles hilos del afecto –me consta que los dos poetas siempre se quisieron.

Joven de su tiempo


Joven de su tiempo, Pacheco también escuchaba con natural empatía la voz de una juventud por entonces emergente y que se reconocía en la generación «beat» y que se dejaba oír a través del jazz y el rock... una juventud cuyos poetas de cabecera habrán de ser, en México, Efraín Huerta o Jaime Sabines.

En fin, ya en aquellos primeros libros se hacían presentes los temas que habrán de acompañarle durante toda su trayectoria poética: la infancia forjadora de la mirada del hombre, el desasosiego ante una existencia en la que el azar y el absurdo se presentan en cada tirada de dados, y la búsqueda de sentido en los otros, pero cuya conciencia social se halla más cerca de la «tribu» que de la «clase».

Después del inmenso trauma de la matanza de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968 poco antes de dar comienzo los Juegos Olímpicos, Pacheco publica «No me preguntes cómo pasa el tiempo», libro en el que se afila el pensamiento, libro de inquisiciones e interrogaciones, donde se ventila cuál ha de ser la función del poeta y de la poesía, y en el que se anuncia otro de sus temas más afines: la erosión del tiempo. Libro que incluye uno de sus poemas más leídos: «Alta traición».

Discurso de madurez


A partir de ahí desarrollará su discurso de madurez en poemarios como «Irás y no volverás» (1973), «Islas a la deriva» (1976) «Desde entonces» (1980), «Los trabajos del mar» (1982), «Miro a la tierra» (1986), «Ciudad de la memoria» (1989) y «El silencio de la luna». «La arena errante» (1999)... Obras en las que para mejor expresar sus temas medulares ha ido incorporando el aforismo, la alegoría y la fábula, y en las que ni el pesimismo ni cierto tono elegiaco jamás han oscurecido la mirada del niño que siempre fue, ha sido y ya será, formulando de nuevo aquella intuición de Woodsworth por la cual «la infancia es la patria del hombre».

Ese niñopoeta además se enfrenta a la erosión de la Naturaleza no ya por la acción del tiempo, categoría humana a fin de cuentas, sino por la poco piadosa acción del hombre.

Por último, hay que señalar que la niñez y la adolescencia enmarcadas en la Ciudad de México también protagonizan la obra narrativa de José Emilio Pacheco en títulos como «El viento distante y otros relatos» (1963), «Morirás lejos» (1967), «El principio del placer» (1972) y «Batallas en el desierto» (1981). El niño y el adolescente crecen en una ciudad que deja de ser lo que fue: la «región más transparente del aire» –en palabras de Alfonso Reyes que darán título a una novela fundamental de Carlos Fuentes– para convertirse no sólo en región irrespirable, sino en centro melancólico de la memoria.

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