jueves, 2 de mayo de 2024

Orígenes del Castella: Una mirada sobre la grandeza de don Arnoldo, en la voz del Poeta Osvaldo Sauma.


 Desde esa vieja banca que aún permanece en los pasillos de la dirección, Don Arnoldo contemplaba la magnitud de su sueño. Era usual verlo atisbar la tarde como quien mira más allá de lo vivido y sabe que sus visiones serán realidades futuras. Yo fui testigo de las visiones de este visionario y tuve la dicha de sentarme junto a él a platicar los pormenores de su sueño, que él anotaba en nuestra alma con habilidades de calígrafo para que no olvidáramos que todo sueño debe crecer incluso más allá de sus propios límites. Y es que no en vano, este hombre ilustre e insólito, de un país pequeño, logró cristalizar, como nadie en el mundo un colegio integral, es decir, un vivero de grandes artistas.

A veces me lo imagino con su idea fija en el corazón, atravesando las calles del Distrito Federal, alimentándose de lo que México le daba para aumentar así los andamios de su ilusión, por lo que atravesaba México en la década del cuarenta, el arte mexicano fue fundamental para el arte latinoamericano como lo fue para Arnoldo Herrera González, pues ahí estaban los grandes muralistas Siqueiros, Orozco, Rivera; los grandes compositores Revueltas y Chaves (de este último don Arnoldo no solo fue su discípulo sino su asistente), los poetas Paz y Neruda, las grandes pintoras Frida, María Izquierdo y nuestras dos grandes madres tutelares Yolanda Oreamuno y Eunice Odio. Lara se escuchaba por todas las esquinas y el cine mexicano pasaba por su época de oro.

Toda esa efervescencia cultural contribuyó a develar el espíritu del maestro. Fueron los tiempos del Café París donde solían reunirse los grandes artistas del momento y es de suponer que sus pláticas en ese café con León Felipe, uno de los poetas exiliados españoles con el que sostuvo amistad, versaban en parte sobre ese sueño de crear un colegio donde los niños tuvieran aparte de la educación formal una educación artística, que los ayudara a despertar un interés vivo por el arte y por la vida. Porque quién cree, crea y el que crea, crece, supongo que le decía al poeta y también aquello de que en su escuela cada niño tendría el pan del tamaño de su hambre y el zapato a la medida de su pie. 

Quizá por eso me atrevo a afirmar, que si bien es cierto que desde niño don Arnoldo manifestó ese deseo de crear, inspirado en la idea de su madre, un modelo pedagógico nuevo, una alianza entre lo académico y artístico y donde más tomó cuerpo esa obsesión fue en los nueve años que permaneció en México como director de orquesta, compositor de música para cine y como director del coro de Bellas Artes, Época particular llena de figuras relevantes, que sin duda inspiraron, formaron y fortalecieron a nuestro querido maestro, pues esa experiencia fuera de su tierra será el detonante para que a su regreso materialice este magnífico sueño que hoy todos gozamos. Legado del que somos depositarios cada uno de los que conformamos la familia Castella, pues el sueño no ha terminado; desde su discurso inaugural hasta las conversaciones en esa banca cálida donde solía sentarse, desde ahí, nos alentaba a ramificarlo, a soñar con una universidad Castella que acogiera a los alumnos que querían seguir en las artes o bien crear albergues para artistas extranjeros que vinieran a dar talleres a profesores y alumnos de nuestro país, o bien crear centros educativos integrales en provincias como Limón y Guanacaste.

Sí, este soñador incorregible, hacedor de utopías nunca dejó de soñar su sueño, nunca dejó de proyectar sus visiones pues era arquitecto de un modelo que en principio fue utopía y él supo hacerlo realidad. Por eso no temía expander, en un mundo cada día más hostil, sus hombres felices, esos que aspiran a SER sin subordinarse a esa necia idea de poseer objetos materiales a fin de poder SER. 

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